viernes, octubre 28, 2011

La crisis de identidad del otoño.

Me resulta familiar, sobre todo en el otoño (boreal, puesto que vivo en el hemisferio norte) escuchar cada año acerca de su caracter poético: de como es la estación más bella, la cadencia de las hojas al viento, la lánguida paleta de colores de la flora preparada a dormir; y sobre todo, el fin del calor infernal al que nos tiene sometido el cambio climático. En fin, clichés, clichés. Muchos clichés. Yo pienso en el otoño como una primavera a la inversa, con todo y su equinoccio. Pero tiene una peculiar traza de inestabilidad mental que no encuentro en ninguna otra estación. Si bien la primavera también es cambiante, es relativamente predecible a lo largo de los días (salvo, de nuevo, el horror del daño al ambiente). El otoño guarda en si una confusión. Se sabe camino al invierno, pero posee una mano con muchas cartas de las estaciones restantes y las va jugando como si no le importase demasiado traer a octubre la primavera, la nieve a septiembre o el viento de marzo a los albores de diciembre.

El otoño no abraza la locura, sólo es inestable, una inestabilidad mesurada que en su mesura desmesura todo (pffft).

Tiene muchos "días extraviados":

Porque muchas veces, en tal tiempo del año, se encuentra un día extraviado que pertenece a una estación distinta y que tiene la propiedad de hacernos vivir en esa época, evocando sus placeres, haciéndonoslos desear, y que viene a interrumpir las ilusiones que nos estábamos forjando, colocando fuera de su sitio, más allá o más acá, esa hoja arrancada de otro capítulo en el calendario interpolado de la felicidad

Marcel Proust, En busca del tiempo perdido. Por el Camino de Swann.

Tal vez sea por ello que sea una estación tan socorrida "sentimentalmente".

1 comentario:

¿Lesbiana? dijo...

Vemos en las estaciones lo que nos pasa internamente. Creo.