¿Bastante altanero, no lo creen? Y lo peor: es altanero en dos sentidos. Usurpar el título de una obra famosa, por una parte y tener el atrevimiento de pensar en la posibilidad de gobernar el tiempo, poseerlo como quién posee una mercancía, dominarlo como a una máquina a la cual le damos instrucciones.
Aún así, posiblemente este título sea consecuencia de una añoranza que también tiene dos caras: el deseo de hacer algo más que simplemente mirar hacia atrás mientras se es arrastrado sin remedio hacia el futuro, o mejor dicho hacia el presente, con el rostro mirando hacia el pasado, de espaldas a la oscuridad de lo que esta por venir; la otra faz, tratar de hacer algo con los fragmentos que arrastramos con nosotros, reconstruir un presente con los mosaicos del pasado.
Suena un tanto melancólico o derrotista, pero, por mucho que se intente simplemente mirar el instante casi inexistente llamado presente, la gran marea del pasado siempre vuelve, tal como lo hace el oceano, que por momentos parece replegarse en sí mismo, para sorprendernos cuando no lo esperábamos de vuelta. Mientras tanto, delante del presente, pero fuera de una visión pura esta la indeterminación que llamamos, futuro, el porvenir.
Pero el llamado del pasado es ponderoso. Pero no siempre es consistente. Sobre todo si los recuerdos, al contrario de lo señalado por Proust, no saben hacer reconciliaciones. Parece como si el presente, el yo actual que trata de reconfigurarse, fuese arrastrado de nuevo por una pesada ancla de preguntas sin respuesta, de peleas sin sentido, de arrepentimientos, de la mezcla contradictoria de amor y odio, añoranza y deseo de olvido.
No es el pasado la firme base sobre la que se asienta el presente...más bien es la arena movediza, cieno del cual emergen, impredecibles, recuerdos que te gritan, desconciertan. No es más que una reafirmación del pasado personal, fragmentario, a veces intempestivo. No importa si no es el presente...también eres el pasado.
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